La situación del Medio Oriente siempre ha sido muy delicada. Exigente para todos. En cada uno de los países que conforman ese predio geográfico, se desarrollan conflictos internos muy intensos. Conflictos religiosos cuando se trata de corrientes del Islam. Conflictos políticos cuando se trata de ejercer poder y gobierno. Entre varios de los países, conflictos territoriales de disputa permanente.
Cada país por separado merece una enorme preocupación ya solo por los efectos que sus dramas internos puedan tener en la región y en el mundo. El conjunto de todos ellos interactuando constituye un peligroso desequilibrio que muchas veces se desborda.
El premio mayor de la conflictividad y peligrosidad lo tiene Israel. Con sus vecinos cercanos y lejanos. Con sus adversarios ideológicos, sean estos legítimos y lógicos o no. Y si se evalúan los conflictos internos, Israel vive siempre en tensión: izquierdas y derechas, religiosos y laicos. Un nivel de enfrentamiento fuera de lo normal, transmitido en vivo y en directo por toda plataforma de redes y datos habida y por haber.
Los siete frentes que ha manejado Israel desde el 7 de octubre de 2023, más el frente interno que significa la pugna interna de corrientes y partidos, constituyen un desgaste sin precedentes para cualquier país.
En primer lugar está el drama de los rehenes de Gaza que no se terminan de liberar. La guerra en Gaza no termina y la derrota de unos la ven los derrotados como la victoria real. El norte de Israel sigue desolado, un acuerdo precario de cese al fuego se trata de presentar como la gran victoria de los derrotados. Y mientras esto ocurre, a la sombra de un cambio de administración en los Estados Unidos, los hutíes lanzan un misil balístico sobre Israel como para que no se olviden de ellos. Justo escribiendo esta nota, se informa sobre la tensa situación en Siria donde rebeldes han tomado una zona importante del país.
La guerra de desgaste es la más efectiva contra Israel. Su estructura de país requiere de todos en sus puestos de trabajo, y su estructura militar, de todos en sus puestos de combate. No se puede estar demasiado tiempo en cualquiera de ambos, porque son las mismas personas quienes los atienden. Pero el desgaste adicional e intenso de siete frentes activos y la inestabilidad propia de la región resultan extenuantes.
Se llega así a diciembre de 2024, luego de casi catorce meses de guerra, con amenazas ciertas de problemas en otras partes. La presión sobre el habitante del Medio Oriente es brutal. La del israelí, que se conoce gracias a la llamada libertad de expresión, es sencillamente insoportable. Los daños colaterales, entendidos como el estrés permanente de las personas y familias, los efectos psicológicos en toda la población, generan consecuencias que aún están por verse en los próximos años.
A decir verdad, el mundo entero vive esta situación de presión e incertidumbre. Las potencias que rigen el mundo no son lo suficientemente poderosas como para gobernar y sentar las pautas de orden mundial. Son poderosas en cuanto a su capacidad superior de destrucción. Pero el tema del poder de fuego se ha hecho del alcance de muchos, pequeños quizás, pero suficientemente letales. Es así como los hutíes, otrora desconocidos y poco influyentes en el panorama mundial, pueden poner jaque a una flota, al comercio marítimo mundial. Es así como cualquier país con capacidad nuclear sofisticada o no, puede amenazar la estabilidad del mundo entero. El mundo
entero a merced de la sinrazón, de quienes detentan y defienden causas inaceptables, inentendibles.
A lo anterior se suma la incapacidad de los organismos internacionales de actuar como intermediarios, facilitadores o en su función original de poner orden donde sea necesario. Es evidente que los organismos internacionales obedecen a intereses ligados a sus miembros mayoritarios y no a las causas justas racionales. Ante esta realidad, la anarquía mundial tiende a predominar.
Cuando finaliza el 2024 y finaliza la administración Biden en los Estados Unidos de América, las esperanzas de una humanidad exhausta se centran en lo que podría hacer una nueva administración del decaído imperio de nuestros días. No es muy halagador que, en el 2025, las naciones intercomunicadas del mundo se ciñan al esquema de la Roma imperial que tenía potestad de administrar los asuntos locales y globales. Pero esta lamentable y hasta extraña circunstancia se debe a que están todos exhaustos. Conflictos sin resolver, nuevos conflictos y más anarquía.
Los ciudadanos del mundo estamos ciertamente exhaustos.
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