Rara vez ha habido un momento en la historia moderna de Israel en que la mayoría de las naciones civilizadas no sólo apoyaron sus acciones, sino que también apreciaron su fuerza y confiaron en él por razones económicas y de seguridad. Esta influencia sólo se está fortaleciendo.
El creciente reconocimiento de que las acciones israelíes contra Teherán durante el año pasado contribuyeron a la caída del aliado de Irán, Bashar al-Assad, en Siria, así como la reciente decisión de la Corte Penal Internacional de La Haya sobre las órdenes de arresto, que no logró obtener un apoyo significativo en el mundo occidental, no debería sorprender.
Desde la masacre del 7 de octubre, Israel ha estado atravesando un proceso de renacimiento, tanto en su percepción interna como en la forma en que el mundo lo ve. El país está luchando simultáneamente en siete frentes diferentes, demostrando impresionantes capacidades de inteligencia militar y operando un modelo militar basado en el reclutamiento que los críticos a menudo afirmaron que era una reliquia del pasado.
Durante esta guerra, Israel está forjando un nuevo “destino manifiesto” para sí mismo en la arena internacional: liderar la lucha por la libertad, la estabilidad y la seguridad, no solo en Medio Oriente sino también en el escenario mundial.
Si bien existe un reconocimiento mundial por la resistencia de Israel, también hay un reconocimiento del fracaso de la inteligencia que llevó al estallido de la guerra, y muchos lo comparan con el sorpresivo ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Sin embargo, la comparación más convincente no radica en lo que causó estos eventos, sino en cómo transformaron a ambas naciones internamente y elevaron su posición en el mundo.
En el caso estadounidense, el ataque a Pearl Harbor, que se cobró miles de vidas, obligó a Estados Unidos a abandonar su tendencia a aislarse y a rehuir la participación internacional. Bajo el liderazgo de Franklin D. Roosevelt y Harry Truman, Estados Unidos salió victorioso de la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndose en una superpotencia global y en el líder del mundo democrático.
Uniendo al público israelí
De manera similar, Israel está experimentando ahora una profunda transformación. La guerra entre Israel y Hamás está consolidando la posición de Jerusalén en la arena global al tiempo que une al público israelí en su causa. En lugar de ver un éxodo, el país ha sido testigo de largas filas de personas que se alistan para el servicio de combate. La economía israelí ha demostrado ser estable y adaptable, estableciendo líneas de producción locales a pesar de la extensa mano de obra desviada al servicio de reserva, publicó The Jerusalem Post.
En el frente diplomático, la posición de Israel solo se ha fortalecido. El mundo democrático sigue cooperando con Jerusalén, comprando tecnología militar e incluso enviando ayuda directa. Los países árabes que se adhirieron a los Acuerdos de Abraham siguen empeñados en debilitar a Irán, entendiendo que tales esfuerzos podrían hacer avanzar los procesos de normalización con Israel. Ningún país árabe ha roto sus relaciones con Israel desde que estalló la guerra.
Dado este impulso, Israel goza hoy de amplia legitimidad para continuar su lucha contra Irán y sus aliados. La comunidad internacional reconoce que Israel no sólo es una víctima principal de estas amenazas, sino también la nación más experimentada en combatirlas.
Sin duda, se espera que la guerra sea larga y que tenga un alto precio en el frente interno de Israel. Sin embargo, a medida que pase el tiempo, es probable que más naciones se unan a una coalición liderada por Israel contra Irán. Cuando la guerra termine –en los términos y el cronograma de Israel–, el Estado judío se habrá transformado fundamentalmente. La percepción de Israel como limitado en el ámbito político o incapaz de liderar iniciativas globales se disipará.
De ahora en adelante, las decisiones que se tomen en Jerusalén tendrán tanto peso –si no más– que las que se tomen en Washington, Londres o Berlín. El mundo dejará de ver a Israel como un creador de problemas y comenzará a verlo como un solucionador de problemas.
En un momento en que la presencia de Estados Unidos en el ámbito internacional parece estar menguando, están surgiendo oportunidades para que Israel afirme su fuerza y desempeñe un papel fundamental en regiones que antes estaban fuera de su alcance.
La bandera azul y blanca no sólo simbolizará un Estado judío, sino que también encarnará una visión de esperanza y democracia. Israel no sólo redescubrirá su destino, sino que se posicionará como un líder inspirador en el escenario mundial.
El autor es experto en relaciones internacionales de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
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