Muchas veces se ha dicho que los palestinos son los que nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad, especialmente cuando se trata de llegar a arreglos convenientes para ellos mismos. Sin embargo, ya en dos ocasiones no han dejado pasar la ocasión para fastidiarle la vida a alguien. Paradójicamente, los afectados han sido los enemigos de Israel.
En 1970, la situación del mundo árabe no era cómoda. Apenas tres años antes habían sido humillados por Israel en la Guerra de los Seis Días. Luego vino la época de las grandes colaboraciones militares entre Egipto y la Unión Soviética, que se saldaron con un desastroso episodio en el que veinte aviones rusos (piloteados por rusos) no pudieron hacerle frente a doce aviones israelíes. El saldo fue de cinco pilotos rusos muertos.
En ese clima de estrés y neurosis, típico de gobiernos con gobernantes poco eficientes, Yasser Arafat ya tenía sus planes personales, y esta vez no eran en contra de Israel, sino del rey Hussein de Jordania. La idea era simple: derrocarlo, tomar el poder en Amán, convertir a Jordani en un estado palestino (en realidad, siempre lo fue), y permitir que Siria tomara el control de algunas zonas fronterizas.
Los servicios de inteligencia jordanos detectaron el plan de golpe de estado, y en septiembre de 1970 se lanzaron a una cacería brutal que dejó como saldo entre 30 y 50 mil palestinos muertos en apenas tres semanas.
La crisis obligó a Gamal Abdel Nasser, el gran líder del panarabismo en ese momento, a convocar una reunión de urgencia en El Cairo, con los principales líderes de la Liga Árabe. Un conflicto de esa naturaleza era lo menos que necesitaban los enemigos de Israel al interior de sus propias filas.
La sesión no tuvo nada de amable. Arafat y sus guardaespaldas casi se agarran a balazos con los guardaespaldas de Hussein en la oficina de Nasser. Dicen los que saben que primero llego el terrorista palestino con su gente. Se encontraban hablando acaloradamente con Nasser, cuando entraron Hussein y sus escoltas. Arafat se levantó gritando “¡Él es el asesino! ¡Él es el asesino!”, y sacó su pistola, provocando que todos los guaruras de Hussein de inmediato lo encañonaran. Los guaruras de Arafat, que eran menos en número y estaban en clara desventaja, de todos modos hicieron lo propio. La balacera estuvo a punto de estallar allí mismo.
¿Qué esperaba Arafat? Su queja era ridícula. Él era el que había tramado todo un complot para derrocar al monarca hachemita. ¿Quería un premio por eso? ¿O ya estaba tan bien definido el estilo palestino de hacer las cosas? Agredir, complotar, maquinar, atentar, y luego victimizarse porque las cosas no salieron como se habían planeado, y otra vez eran ellos los que estaban en desventaja.
Lo bueno es que todos estaban en la oficina de Nasser, el más grande líder árabe de ese momento. El estadista. El de gran visión, inteligencia sobresaliente y lucidez envidiable. Guapo, además, según los cánones árabes (a diferencia de Arafat, feo para los estándares estéticos de cualquier tribu del mundo). Todo era cuestión de esperar a que el gran faraón de la modernidad impusiera su liderazgo y lograra poner a todo el mundo árabe en orden, tal y como ya lo había hecho otras veces.
¿Y qué fue lo que hizo Nasser?
Morirse. Literalmente.
El estrés de la situación fue tal, que su cuerpo no resistió. Ya estaba enfermo, pero las insensateces de Arafat lo llevaron al extremo, y esa misma noche murió de un ataque cardíaco masivo.
Los árabes perdieron al único líder que podía unificarlos.
Cortesía de Arafat y los palestinos.
Un poco más de medio siglo después, volvieron a repetir la gracia. De pronto, a inicios de octubre de 2023, a Yahia Sinwar se le ocurrió que era momento para echar a andar un elaborado plan para provocar la guerra del fin del mundo, la confrontación en la que todo el eje iraní (Hamas, Hezbollá, Bashar el-Assad, milicias iraquíes, huthíes, grupos terroristas palestinos) conjuntarían esfuerzos para destruir a Israel.
Sinwar cometió un severo error: diseñar una estrategia, pero sólo una. No había Plan B. No había medidas de adaptación en caso de que algo no saliera conforme al plan. Y cometió un error todavía peor: depender de terceros (países, en este caso) para que las cosas salieran conforme al plan.
Israel no cayó en la trampa. Aplicando una versatilidad impresionante, y bajo el mando de estrategas militares de notable capacidad, con el paso de un año destruyeron a Hamas, desmantelaron a Hezbollá, abrieron el camino para la caída del régimen de Bashar el-Assad, y dejaron al régimen de los ayatolas en estado de coma.
Acaso el punto crítico (y también emblemático) fue la eliminación de Hassan Nasrallah, líder histórico de Hezbollá, y en muchos sentidos el eje humano alrededor del cual giraban todos los esfuerzos iraníes para destruir a Israel. Sí, eran los ayatolas de Teherán los que patrocinaban la idea, pero era Nasrallah quien encarnaba el espíritu de esa lucha. Sí, era Hamas quien se estaba reventando en Gaza tratando de luchar contra el ejército israelí, pero mientras Nasrallah estuviera allí, en Líbano, lanzando sus arengas semanales, los palestinos seguirían convencidos de que la causa se mantenía viva, que Hezbollá era la esperanza de todos, que Israel pronto sería confrontado y derrotado.
Todo eso acabó con un bombardeo. Peor aún, Nasrallah ni siquiera murió instantáneamente. Murió de asfixia, encerrado en una zona de seguridad a la que se le acabó el aire. Israel sabía que esa era un posibilidad, así que después del ataque que destruyó la instalación subterránea de Hezbollá, lanzó varios ataques secundarios para que los trabajos de remoción de escombros no pudieran ser prontos ni expeditos. Tal vez en otras circunstancias habrían podido rescatar al viejo terrorista, pero Israel no les concedió esa posibilidad. Nasrallah quedó allí, enterrado, solo, aislado, sin oxígeno.
Todo lo demás se vino como suéter que se deshilacha tan pronto el gato jala una de sus hebras. Las capacidades militares de Hezbollá quedaron diezmadas, los ayatolas perdieron su principal carta de chantaje, el régimen de Assad se desplomó, y los palestinos se quedaron solos.
La cosa se va a poner peor: el 20 de enero toma el poder en los Estados Unidos el peor enemigo posible de Irán y sus aliados. Una cita con la historia a la que los ayatolas llegan sin nada. Y todo, gracias a que a Yahia Sinwar se le ocurrió iniciar una guerra brutal contra Israel.
Guerra que no estaban en condiciones de ganar.
Guerra cuyo éxito dependía de muchos factores externos, y de que Israel hiciera lo que los palestinos creyeron que iba a hacer.
Todo mal.
Por segunda vez en la historia, los enemigos de Israel han colapsado.
Y todo por la ocurrencia de un líder palestino, por segunda vez en la historia.
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