Noviembre, 2024. El pueblo de Buq’ata, en los Altos del Golán. Hasta aquí ha llegado Enlace Judío para tener un encuentro organizado por William Abu Awad, el alcalde local. Un encuentro de esos que nadie querría tener nunca. Un encuentro con habitantes del pueblo de Majdal Shams, la aldea drusa en la que hace unos meses cayó un cohete lanzado por Hezbolá desde el otro lado de la frontera norte.
“No te preocupes, son los nuestros”, dice una voz al ver la alarma que desata en nuestro equipo el sonido de las explosiones, que retumba tras la frontera y cuyos ecos se perciben en esta localidad como recordatorio de un estado de guerra que se prolonga por más de un año. Son los días previos a la firma de una tregua que será violada por Hezbolá muchas veces.
Los drusos de los Altos del Golán hablan un hebreo salpicado de árabe. Son leales al Estado de Israel y soldados destacados de su ejército. En la puerta de la alcaldía de Buq’ata, la bandera drusa y la bandera de Israel.
La esperanza de la paz parece aún lejana, aunque es sobre eso, sobre la paz, sobre lo que estas personas que hemos venido a conocer quieren hablar este día.
De la paz y de sus hijos, a quienes no dejan de referirse como “enviados de la paz”.
Porque, claro, ¡de qué otra forma querrían verlos ahora!
Naila Abu Eldeen es la madre de Alma. Durante cinco o seis minutos, hace un acopio de fuerza para hablar con elocuencia para nuestra cámara y, a través de ella, a todo el mundo. El llanto que reprime se insinúa detrás de sus ojos, en su voz quebrada y en su gesticulación efusiva. Es una mujer rota pero no destruida. Tiene cierta esperanza. Tiene, sobre todo, coraje.
“No hablaré solo de Alma porque, en realidad, todos son ángeles, todos son enviados de paz, todos abogan por la paz y el amor… es difícil para mí explicar, es difícil expresarlo, es difícil hablar sin lágrimas, incluso, pero voy a intentarlo”.
Para Naila, hay dos épocas distintas para Majdal Shams, su pueblo: antes y después del 27 de julio.
“Muchas cosas cambiaron. No se trata solo de los familiares sino de toda la comunidad. Y no se trata solo de los drusos sino de todas las religiones, de todo el mundo.
Es difícil de expresar porque es un sentimiento muy difícil, lo que pasó y qué pasará más adelante. Perdimos la energía de la casa, la luz de la casa, a los especiales, pero nosotros somos creyentes. Creemos que es nuestro destino, lo aceptamos con las manos abiertas. Además de la dificultad y el dolor en el corazón, somos creyentes”.
Poco sabía el mundo sobre el peculiar pueblo druso, una de las minorías que viven en Israel (además de Siria, Líbano y otros países), antes de que un cohete de Hezbolá aterrizara en Majdal Shams.
Ahora, Naila quiere que el mundo sepa más sobre ellos pero, sobre todo, de los niños que, como su hija Alma, murieron ese día.
“Pero no es suficiente creer: debemos comprender el fondo de lo que sucedió. Esos niños son enviados de la paz. En verdad, todos eran amados, eran talentosos, eran superdotados, eran los primeros en sus salones, jugaban futbol, jugaban basquetbol, se divertían el sábado como todos los niños.
Pero, ¿qué pasó? Alma se fue y haría lo que fuera si tuviera la certeza de que regresaría. Pero sé que no. Pero yo sé bien que esos niños querían que todo el mundo sepa quién es Alma, quién es Venis, quién es Fajr, quién es Nathem, quién es Gevara y todos los niños.
Para nosotros es importante que su alma, su alma pura no se vaya en vano, no se fue en vano porque no son un número, no son solo un número, que 12 niños en Majdal Shams fueron asesinados.
No, lo siento, no estoy de acuerdo.
Soy madre, no estoy de acuerdo. Traje al mundo a una niña maravillosa. Estoy orgullosa de ella e hicimos todo lo posible, y construimos el sueño de todo padre y toda madre: que sus hijos crezcan sanos, que realicen sus sueños y que tengan una buena vida, bonita, con tranquilidad, amor… Pero no es lo que sucedió”.
No. Eso no es lo que sucedió. Cuando esos y otros niños jugaban, un sábado soleado de julio, en una cancha deportiva de la pequeña aldea drusa de Majdal Shams, un cohete lanzado desde Líbano por la milicia islamista Hezbolá aterrizó en el centro del campo y explotó. 12 niños que corrían en pos de un balón fueron alcanzados por el fuego y murieron ahí. Otros resultaron heridos. El pueblo quedó roto. Antes y después del 27 de julio. Roto, pero no destruido. Los drusos son un pueblo duro.
Los niños merecen vivir en paz
Naila se expresa con la dificultad de quien se resiste al llanto, sí, pero también con cierta confusión. Hace unos meses que perdió a su hija y nadie puede culparla por pensar enrevesadamente. “No me resisto a Dios. Soy una mujer creyente. Creo en mi destino. Y realmente, cada noche rezo a Dios y le digo: cuídame a mi princesa donde esté.
“Porque nosotros creemos en la reencarnación, en que ella y todos los niños principalmente tienen 115 días. Nosotros creemos en ello y no hay nada que decir aquí. La fe es la fe. Pero yo necesito entender qué hay más allá de eso.
Por eso yo les pido a ustedes que se sepa de ellos. Que todo el mundo sepa quiénes fueron los niños que vivieron en la aldea drusa de Majdal Shams, que casi no se conocía en el mapa del mundo.
“Después de lo que pasó… Yo no me ofendo. Soy la mamá de Alma. Él no es Ayman, es el padre de Alma, y ella es la madre de Venis. Incluso nosotros olvidamos nuestros nombres porque todo el tiempo queremos recordar a nuestros hijos y ¿cómo los recordamos? Mediante una cosa: que cada niño en el mundo, como nuestros niños, se merece crecer con tranquilidad y amor, vivir su infancia como se debe, eso es todo”.
Naila busca un sentido. Su fe no le basta porque perder a una hija de 11 años es más fuerte que cualquier pensamiento religioso. Y aunque acepte esa supuesta voluntad divina, quiere respuestas.
“Y creo que ese es el significado de lo que pasó, que a través de ellos, que realmente son los enviados de la paz, así los llamamos y realmente son así, en nombre de ellos lo lograremos con la ayuda de Dios. Porque yo entiendo bien. Vivo en Israel y veo las noticias en la televisión, y veo que al final la guerra terminará. Los dirigentes se darán la mano y nosotros nos quedaremos llorando por nuestra pérdida”.
Pero la paz “no es suficiente, no. No es suficiente. Debemos hacer oír nuestra voz. Debemos hacerlo. Tenemos la fuerza y antes que la fuerza tenemos a Dios con nosotros. Creo que con la ayuda de Dios y de todas las personas respetables aquí, lograremos hacer oír nuestra voz lejos.
¿Quién es la ONU después de todo? Son personas que tienen niños. ¿Hasta cuándo seremos silenciados? ¿Hasta cuándo?
“Hoy mi hija se fue, y su hija, y su hijo… No solo nosotros perdimos, hay muchos como Naila, que perdieron a su hija y a su esposo, a su hermano y a su hermana. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que el primer ministro pierda a su hijo, Dios no lo quiera? Eso es lo que pienso, porque somos el pueblo. Ellos no actúan como debe ser, no les importa, no les importa.
“Pero yo no le tengo miedo a nadie, solo le tengo miedo a Dios. Por eso sí, yo creo que se puede hacer mucho. ‘En esta tierra hay algo por lo que vale la pena vivir’. Esa es la frase que Alma escribía en sus pinturas”.
¡¿Qué culpa tienen ellos?!
La historia de Adham Safadi, padre de Vines (QEPD), de 11 años, es, si cabe, la más aterradora de entre todos los presentes. Como paramédico de Maguén David Adom, él fue uno de los primeros en llegar a la cancha bombardeada para brindar asistencia a los niños heridos.
“Lo que quiero decir aquí es lo siguiente: lo que pasó es impotencia. Impotencia. Tengo 20 años en el sistema y nunca pensamos que podía pasar una tragedia así en Majdal Shams. Y la tragedia afectó en cada casa, no solo en Majdal Shams. Afectó en cada casa de los Altos del Golán, en cada casa de la comunidad drusa. Fue un desastre. No se puede describir.
“Fui de las primeras personas que llegaron a la cancha de futbol e identifiqué a mi hija y a su amiga Alma, son amigas desde primero de primaria. Fueron asesinadas juntas, en el mismo instante. Las cubrí, les pedí perdón y seguí atendiendo a los heridos en el lugar. Las dejé en el terreno y seguí mi trabajo”.
Adham brindó los primeros auxilios a los niños sobrevivientes mientras su hija yacía muerta a un lado, cubierta por una manta como si con ese gesto se la protegiera de algún posible mal ulterior.
Lo hizo sin vacilar pero, mientras maniobraba, se hacía una serie de preguntas: “¿Por qué les pasó esto a niños que son enviados de la paz, que salieron a la cancha a jugar futbol, a jugar basquetbol? ¿Por qué mueren así, sin motivo? Ellos no tienen la culpa, son niños puros”.
Al igual que la mamá de Alma, Safadi quiere que la historia de sus hijos y su trágico destino alcance cada rincón del mundo. “También al mundo árabe. Que también el mundo árabe entienda que hay gente que quiere vivir en paz. La vida no son solo guerras. A los niños les gusta estudiar, quieren ser médicos, ingenieros, pilotos, todo… Los niños se merecen vivir en paz y no distingo entre los niños de los Altos del Golán y los niños del Líbano y los niños de Tel Aviv, de todo el mundo.
“Y nosotros pedimos que nuestra voz llegue a todo el mundo a través de la ONU.
Nosotros no creemos mucho en la ONU pero lamentablemente es el único lugar que une al mundo”.
Hay varios padres presentes este día. Todos visten de negro. Todos llevan roto el rostro, partido por invisibles cortes. Quemada la voz. La mirada, fija en la nada, más allá, en una lucha constante por enfocarse en los objetos que quedaron sobre el mundo, ahora que sus hijos ya no están en él y todo parece un sueño, una eterna pesadilla de la que solo se despierta un poco cada mañana.
Layth Abu Saleh, padre de Fajr (QEPD), clama:
“(Los miembros de Hezbolá) no son seres humanos. No sienten. No valoran lo que es un niño, el contacto entre los niños y los padres. Entre ellos no existe. Crecieron con sangre. Sus niños incluso esperan crecer así, matar”.
Ayman Abu Eldeen, papá de Alma, toma la palabra para contarnos cómo hace tres días, un medio propagandístico de Hezbolá presumió uno de sus drones. “Hicieron un dron así —separa las manos para crear un espacio imaginario de unos cuarenta centímetros— y lo llamaron Hitrot y lo dejaron fotografiar varios lugares. Una de las fotos era de la aldea Majdal Shams.
“Y yo escribí al medio militar de Hezbolá: ‘si ustedes son hombres y dicen que el Hitrot puede darles coordenadas exactas de todo el país, favor de quitar las fotos que tomó el Hitrot en Majdal Shams’, y una de las fotos era del gimnasio y de la cancha de futbol. Y estaban orgullosos de sus coordenadas exactas, de verdad… ellos los atacaron”.
Adham ofrece un mensaje final: “Fin de la guerra de inmediato. Paz para todo el mundo”, mientras que Shadi Abu Rafea, primer asistente al alcalde de Buq’ata, prefiere cerrar con un mensaje político, mucho más directo, mucho más enfocado en el actual gobierno de Israel, que parece haber olvidado el valor de los drusos y su compromiso con el Estado:
“Igualdad, igualdad, igualdad. Que regrese la cordura a los gobiernos. Debe de haber cambios en la Ley del Estado Nación y en la Ley Kaminitz. Son cosas que nos afectan muy, muy fuerte”.
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