Por fin termina el 2024, y con él se va el que, sin exagerar, ha sido el año más difícil para muchos de nosotros, lo mismo como seres humanos, que como judíos.
Sin temor a equivocarme, puedo afirmar que la última vez que el pueblo judío, y especialmente la sociedad israelí, se vio sometida a un etrés tan fuerte como el que hemos vivido, fue en 1973 en el marco de la Guerra de Yom Kipur. La diferencia, por supuesto, es que esa guerra duró tres semanas; el conflicto actual ya se extiende a casi un año y tres meses.
La única guerra enfrentada por el estado de Israel que se haya extendido tanto tiempo, fue la de independencia, que comenzó oficialmente en mayo de 1948 (si bien las hostilidades abiertas venían dándose desde noviembre de 1947), y concluyó con el armisticio de julio de 1949.
En cierto sentido, aquella guerra fue más difícil. En ese momento, todos los judíos del mundo sabían que sí había un riesgo objetivo de perder la guerra. Eso habría significado la catástrofe absoluta para Israel. En esta ocasión, todos sabíamos que Israel tenía los recursos para ganar el conflicto.
Sin embargo, justo por esa razón es que, sin duda, esta ha sido la guerra más dolorosa. Tal vez esa autocomplacencia fue la que más ruido hizo dentro de nosotros mismos al desmoronarse de manera estrepitosa el 7 de octubre del año pasado. El atentado terrorista perpetrado por Hamas no sólo fue un crimen que nos arrebató a unos 1200 hermanos, sino un golpe al orgullo de un país que se jactaba de tener el acaso mejor sistema defensivo del mundo.
Pero Israel no se quedó aplastado en sus lamentos. El pueblo judío tampoco. La guerra comenzó, y cualquiera que hubiese tenido la información básica sobre el tema, habría sabido desde un inicio que los enemigos de Israel no tenían opciones de ganar. Al contrario: dadas las circunstancias, iban a enfrentar el ataque más agresivo jamás realizado por Israel.
Yo lo señalé en muchas transmisiones o artículos a lo largo de los años: Israel difícilmente se propondría algo tan complejo como destruir a Hamas, porque ello implicaría la destrucción total de la Franja de Gaza. En contra de todas nuestras expectativas, el ataque terrorista de octubre fue tan salvaje, barbárico, incluso animal, que Israel no tuvo más alternativa que hacer justo eso. Ir a fondo. Destruir a Hamas. Destruir Gaza.
Sí, correcto, y todos sabíamos que era posible. Es decir, que Israel tenía los recursos para ello.
Sin embargo, eso implicaba un riesgo: enfrentarse con Hezbolá y el resto del bloque de aliados de Irán. Ese nivel de estrés nunca lo habíamos vivido, y menos durante tanto tiempo.
Para sorpresa de todos, Israel manejó su estrategia de manera flexible, pero también brillante, y las debilidades estructurales de Irán y sus aliados se dejaron ver muy pronto. Su colapso fue estrambótico, incluso frenético. Hoy por hoy, a un año y dos meses y medio de inicio de la guerra, la victoria israelí es indudable. Hamas ya no existe como estructura operativa (ha quedado reducido a células aisladas que tardarán algún tiempo en ser eliminadas, pero serán eliminadas).
Hezbolá ha quedado inutilizado y aislado, por lo que no tiene modo de sobrevivir al largo plazo. Siria simplemente se perdió; su régimen, fundamental para los planes de los ayatolas, ya no existe y Assad está exiliado en Rusia. Irán, en consecuencia, ha quedado inutilizado por completo. Su temido poderío en el Medio Oriente ya es historia.
En este momento, los únicos que se obstinan en seguir atacando son los hutíes de Yemen, y lo están pagando caro (en el momento en que escribo estas líneas, se está conociendo la información sobre una oleada de bombardeos israelíes que han devastado infraestructura militar y energética de la región controlada por los hutíes, que literalmente van a ser devueltos a la Edad de Piedra).
Supongo que la sensación que tenemos la mayoría de nosotros es de agotamiento. Ha sido un año intenso, rudo, hartante. Lo bueno es que también ya se ve la luz al final del túnel. La derrota de Irán es un hecho, y eso va a traer cambios profundo al Medio Oriente.
No sé si se den cuenta, pero 2024 es un año del que vamos a hablar durante el resto de la Historia. Va a ser un año decisivo en el curso que va a tomar el siglo XXI.
Así que no queda más remedio que tomar un respiro, descansar un poco estos últimos días de diciembre, y estar listos para seguir al pendiente de lo que ocurra en Medio Oriente. Los aliados de Irán ya están derrotados, pero todavía faltan los ayatolas (no tardan en caer). Siria es otro asunto.
Los reacomodos en ese país apenas empiezan, y Turquía va a ser una fuente de dolores de cabeza por algún tiempo. La guerra en Ucrania todavía se ve lejos de terminar, y mientras Rusia sigue con su colapso económico que puede tener consecuencias devastadores. Como corolario a todo esto, Trump regresa a la Casa Blanca en próximo 20 de enero, y con ello habrá un giro radical en la política exterior de los Estados Unidos.
No se relajen. Esto todavía continúa.
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