Se termina el año 2024, y su huella en la historia ya está garantizada. Es un año cuyas implicaciones van a resentirse durante todo el siglo XXI, y el mérito lo tiene Israel por la transformación radical que provocó en el Medio Oriente, al provocar el colapso del eje iraní.
El año comenzó con Israel intensificando sus ataques a las posiciones de Hamas en Khan Younis, al tiempo que la campaña en la Ciudad de Gaza comenzaba a disminuir su intensidad. Para ese momento, los principales bastiones de Hamas en la Ciudad de Gaza y Jabaliya habían sido fuertemente dañados, y las necesidades estratégicas obligaban a Israel a comenzar a concentrarse en Khan Younis y, más adelante, en Rafah.
Durante medio año la situación fue relativamente simple de describir: Israel tomando el control de cada vez más territorio de la Franja de Gaza, y Hamas replegándose hacia sus principales sedes debido a las continuas derrotas que sufrían en la zona norte. Hacia junio y julio, estaba claro que lo más importante de la guerra se iba a centrar en el sur de la Franja.
Lo que pocos podían apreciar es que, para ese momento, Israel ya había provocado cambios de fondo en las fuerzas del eje iraní integrado por Hezbolá y Hamas. El grupo terrorista palestino de Gaza estaba profundamente afectado por una guerra frontal en la que llevaban una total desventaja, pero pocos se dieron cuenta hasta qué punto el grupo terrorista libanés también estaba dañado.
Todo se debió a un severo error estratégico por parte de Hassan Nasrallah. Desde el 8 de octubre de 2023, apenas al día siguiente del ataque terrorista perpetrado por Hamas, Hezbolá comenzó con una guerra de baja intensidad que durante varios meses se limitó a una repetición incesante de acciones militares, casi podría decirse que una rutina: Hezbolá disparaba misiles contra las poblaciones del norte de Israel, y este, en respuesta, bombardeaba las posiciones de Hezbolá desde donde se hacían los ataques. Estas represalias generalmente implicaban dos tipos de ataque: uno, destruir las lanzaderas de cohetes usadas para los disparo, y los depósitos de armas ubicados en la zona; y dos, el seguimiento y eliminación de los comandantes de campo que habían estado a cargo de los disparos.
Si esta situación se hubiese prolongado uno o dos meses, Hezbolá habría salido prácticamente ileso de los enfrentamientos contra Israel. Sin embargo, la terquedad de Nasrallah hizo que los enfrentamientos se prolongaran durante ocho o nueve meses, y eso provocó que los daños acumulados por Hezbolá fueran relevantes y decisivos. A inicios de julio, Hezbolá había perdido una gran cantidad de lanzaderas de cohetes, una cantidad todavía mayor de armas almacenadas en la zona sur del Líbano, y varios cientos de comandantes de tropa. Eso, por supuesto, debilitaba la operatividad del grupo terrorista, especialmente en caso de que Israel invadiera el sur del Líbano.
El deterioro de Hezbolá comenzó a evidenciarse cuando el 13 de julio Israel bombardeó la posición en la que se encontraba Mohammed Deif, máximo líder militar de Hamas en Gaza, y la primera gran figura del liderazgo terrorista palestino en ser eliminada durante la guerra. Hezbolá, pretendidamente, debía haber tomado una severa represalia contra Israel por esta eliminación, pero no lo hizo.
La situación se exacerbó cuando el 30 de julio (apenas dos semanas y media después), Israel eliminó en Beirut a Fuad Shukr, cabeza militar de Hezbolá. Eso representó un golpe durísimo para el grupo extremista chiíta, pero —sorprendentemente— tampoco hubo reacción. Peor aún: al día siguiente, Ismail Haniyeh, máximo líder de Hamas, fue eliminado por Israel en Teherán, la capital de Irán. Un golpe durísimo no nada más para el liderazgo de Hamas, sino también para la imagen de los ayatolas. Nuevamente, Hezbolá se limitó a amenazar con que habría represalias, pero estas no llegaron.
Eso ya era una clara señal de debilidad, y Hezbolá no podía darse el lujo de quedarse con los brazos cruzados. El 25 de agosto iba a realizarse un bombardeo masivo contra Israel —se calcula que se planeaba el disparo de 6 a 7 mil cohetes—, pero la aviación israelí llevó a cabo un bombardeo preventivo que tomó por sorpresa a los combatientes de Hezbolá, y las lanzaderas fueron destruidas cuando apenas estaban siendo preparadas. Miles de cohetes explotaron en sus depósitos, y esto representó un golpe durísimo para el grupo terrorista libanés.
Puede decirse que ese lapso entre las eliminaciones de Mohamed Deif y Fuad Shukr fue el quiebre del conflicto, y el punto en el que Israel comenzó a aplastar a los aliados de Irán.
En teoría, Hezbolá tenía que haber reaccionado con bombardeos masivos contra Israel, pero no pudo hacerlo. Ni en esos momentos, ni cuando entre el 17 y 18 de septiembre se dio el famoso episodio de las explosiones de los beepers y los walkie-talkies, ni cuando un par de días después (día 20) fueron eliminados casi todos los altos mandos de las Fuerzas Radwan (las tropas de élite de Hezbolá), incluyendo a su máximo líder Ibrahim Akil, ni cuando una semana después (día 27) un nuevo bombardeo israelí eliminó a Hassán Nasrallah, máximo líder histórico de Hezbolá, y una pieza fundamental en la operatividad del eje de aliados de Irán.
La nula capacidad de reacción de Hezbolá evidenció que el grupo estaba, literalmente, herido de muerte. Tres sucesores de Nasrallah fueron eliminados en menos de dos semanas, y todo el colegio de la shurá —los clérigos que apoyaban a Nasrallah en el gobierno interno de Hezbolá— también fue eliminado.
Esto fue acaso lo que más repercusiones trajo al Medio Oriente. Irán trató de tomar una represalia bombardeando por segunda vez a Israel el 1 de octubre (ya había realizado otro ataque en abril), pero fue un ataque bastante débil que fue adecuadamente desactivado por Israel con el apoyo de los Estados Unidos. La represalia israelí llegó el 26 de ese mismo mes, y con el paso de varias semanas se supo que los estragos fueron devastadores. Irán perdió prácticamente toda su capacidad para defender su espacio aéreo, quedando expuesto a cualquier ataque futuro. Hezbollá, la carta de chantaje con la que Irán siempre había amenazado a sus enemigos, quedó completamente anulado.
La situación empeoró todavía más desde finales de noviembre y durante la primera semana de diciembre. Sin Hezbolá en el panorama, los enemigos de Bashar al-Assad —dictador de Siria— reiniciaron la guerra civil, y Assad no pudo recibir apoyo ni de Irán ni de Rusia (esta última atrapada en el conflicto en Ucrania). Las tropas del régimen no pudieron detener el embate de los rebeldes, y el 8 de diciembre Assad abandonó Siria con destino a Moscú. Con ello, el régimen sirio aliado de Irán colapsó, y los ayatolas perdieron el control territorial que les permitía suministrar armas y dinero a Hezbolá.
Todo esto implica que el Medio Oriente que conocimos durante más de medio siglo ha dejado de existir. Siria muy probablemente se va a desmembrar, si no de manera oficial, si en los hechos prácticos. Irán ha perdido todo su poder regional, y la severa crisis económica que atraviesa muy probablemente ha sentenciado a muerte al gobierno de los ayatolas. Hezbollá ha quedado completamente aislado y sin el apoyo necesario para mantenerse como una fuerza política y militar importante en la región, y el colapso de la teocracia iraní también dejaría solo a Vladimir Putin en su guerra contra Ucrania.
¿Qué sigue? Lo que ya es evidente es que Siria va a sufrir un cambio radical, y eso va a beneficiar a Turquía, que podrá incrementar su influencia en la región. Paralelamente, Israel hará lo propio al establecer una zona de seguridad en territorio sirio, para evitar que los grupos islamistas más radicales lleven su conflicto a territorio israelí.
Cuando el régimen iraní caiga —eso es prácticamente seguro que va a pasar; lo único que se debatiría es cuándo—, la posibilidad de que un nuevo gobierno haga la paz con Estados Unidos, Israel y Arabia Saudita abrirá la posibilidad de que el Medio Oriente se integre en un bloque de colaboración económica, que no va a tardar en convertirse en una dura competencia para Europa. Los Estados Unidos y China seguramente querrán consolidar y ampliar sus relaciones comerciales con Medio Oriente, y eso puede traer una nueva estabilidad a la región.
Rusia, por su parte, está sumida en una severa crisis económica como resultado de su incapacidad para conquistar Ucrania en cinco días (lo cual era el plan original de Putin), y diversos analistas ya empiezan a hablar de la posibilidad de que caiga el gobierno de Putin, pero incluso también de que haya un desmembramiento de la Federación Rusa. Si eso pasa, China ya dio señales de que querría tomar el control de ciertas regiones al este de Mongolia.
No se necesita mucha información para saber que esos cambios tendrían repercusiones enormes en todo el mundo. El bloque de los BRICs prácticamente caducaría antes de tomar impulso, y los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua se quedarían literalmente solos, jalando a su propio colapso a todos los grupos adheridos a la “revolución bolivariana” iniciada en su momento por Hugo Chávez.
Europa es el eslabón más frágil en todo este panorama. Los cambios en Medio Oriente pueden provocar la radicalización de los grupos extremistas —ya hay combates entre los Talibanes y Pakistán, por ejemplo—, y esto se puede traducir en olas de atentados en territorio europeo (como el atropellamiento masivo que recientemente ocurrió en Alemania). Esto le va a dar impulso a los partidos de derecha, y si estos llegan a tomar el poder de países como Alemania y Francia, además del Parlamente Europeo, las deportaciones masivas van a ser la nota de cada día, con lo cual vendrá una crisis humanitaria sin precedentes en lo que va del siglo XXI.
En muchos sentidos, la bisagra que descolocó al mundo entero fue Siria. Sería un país pobre y débil, pero por su ubicación geográfica allí confluían muchos de los intereses de Rusia e Irán. Al caer Assad, todo se desbalanceó.
Y nótese: Assad cayó porque sus enemigos supieron que ya no tenía la protección de Hezbolá.
Así que, de un modo bastante directo y preciso, ha sido Israel quien ha sentado las bases para la transformación más importante que vamos a ver a lo largo del siglo XXI.
Yahia Sinwar debe estar revolcándose en su tumba, o en el averno, sabiendo que fue su insensatez la que provocó que Israel se lanzara a una guerra que, a la larga, destruyó al eje iraní y transformó el planeta.
Y todo eso en este año que está acabando, el 2024.
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