La Mujer Maravilla de la vida real / Desde las calles de Israel

La siguiente historia se cuenta tradicionalmente en el seno de muchas familias los días de Janucá.
Durante el gobierno de Antioco, los sirio-griegos estaban decididos a imponer sus despiadados edictos a los judíos, destruyendo de hecho su apego a la Torá, la cultura, las tradiciones.

A diferencia de la buena relación que se tuvo con Alejandro Magno, el nuevo imperio prohibió la observancia de todas las leyes religiosas; cualquiera que fuera encontrado con una Torá sería ejecutado; la circuncisión, la comida kosher, el Shabat, todos los vestigios del judaísmo fueron prohibidos.

Filipo fue nombrado gobernador de Judea, y se dispuso a hacer cumplir sin piedad los edictos del rey.

Jana y sus siete hijos fueron arrestados, porque se oponían a abandonar la religión y tradición que daba sentido a sus vidas.

Cuando el rey, que regresaba a Antioquía, se enteró de los acontecimientos que estaban teniendo lugar en Jerusalén, decidió tomar parte activa en la aplicación de sus decretos. La madre y sus hijos fueron atados y llevados ante el rey.

Antioco intentó convencer al mayor de que abandonara la Torá y que comiera cerdo. El joven respondió con gran confianza: “¿Por qué te molestas con este largo discurso, tratando de infligirnos tu religión?

Estamos dispuestos a aceptar la muerte por el bien de nuestra sagrada Torá. Adelante, mátanos”.

El rey montó en cólera y ordenó que le cortaran la lengua, las manos y los pies al muchacho y lo arrojaran al fuego. Los soldados procedieron a torturar al niño, obligando a Jana y a sus seis hermanos a contemplar su atroz dolor.

Antioco estaba seguro de que este espectáculo intimidaría a sus prisioneros a que se sometieran sin demora.
Sin embargo, el martirio impulsó a la familia a aceptar su destino y a santificar el nombre de Dios.

Cuando el segundo hermano fue llevado ante el rey, incluso los miembros del séquito del rey le rogaron al muchacho que obedeciera al rey. El niño, sin embargo, respondió: “Haz lo que quieras conmigo. No soy menos que mi hermano”. La tortura del segundo hijo fue tan amarga como la de su hermano. Al morir, le dijo al rey:

“¡Ay de ti, tirano despiadado! Nuestras almas van a Di-s. Y cuando D-s despierte a los muertos y a Sus siervos martirizados, viviremos. Pero tú, tu alma morará en un lugar de aborrecimiento eterno”.

El rey se enfureció. Según el Talmud, Antioco le dio al muchacho la oportunidad de salvarse inclinándose para recuperar su anillo de sello, pero el muchacho se negó.

Mientras lo arrebataban de su madre, Janá le rogó que la besara por última vez. Como si hablara a los siete hijos, Jana dijo: “Hijos míos, díganle a nuestro antepasado Abraham:

‘Tú ataste a un solo hijo sobre un altar, pero yo até a siete’“.

Entonces Antioco ordenó que el niño fuera torturado aún más que sus hermanos.

Jana quedó rodeada por los cuerpos mutilados de sus hijos, con una plegaria clamando al Señor en los labios. Luego, la angustiada mujer se arrojó desde un tejado y descansó eternamente junto a sus hijos martirizados.

El Talmud ofrece una versión similar del martirio de Jana y sus siete hijos. En esta versión, sin embargo, la razón de su ejecución no es la negativa a consumir carne de cerdo, sino el rechazo a adorar a un ídolo, acto prohibido por la Torá.

El relato se encuentra en el tratado Guitín 57b, donde el rabino Judá comenta que el pasaje “se refiere a la mujer y sus siete hijos”.

Los actos relacionados con adorar ídolos o comer cerdo eran públicos, dado que los griegos querían dar ejemplo de que se puede doblar la voluntad judía, es por ello que Jana y sus hijos prefieren morir antes de dar un mal ejemplo a su comunidad.

De hacer sido amenazas privadas, la persona puede optar por priorizar la propia vida. No así ante la comunidad.

Estamos llenos de historias sobre heroínas de fantasía como la Mujer Maravilla o la Viuda Negra, pero en realidad, muchas mujeres judías pasarán por el anonimato, pero su ejemplo, su sacrificio, trascenderá el tiempo, como una estrella que se apaga y que su luz continúa brillando por miles años,  a través del tiempo, del espacio, de generación en generación.


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Ricardo Silva: