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martes 07 de enero de 2025
El castillo de naipes de la Izquierda anti Israel

El castillo de naipes de la Izquierda anti Israel

Un enorme castillo de naipes es la fuente del poder narrativo de cierta izquierda anti-Israel.

No es toda la izquierda, afortunadamente, pero hay una con importantes financiamientos externos e internos, y cierta ascendencia en círculos académicos, a la que solo le quedan los naipes de abajo. Los de arriba, las torres del castillo, y buena cantidad de sus paredes, se las está llevando el viento.

Lo reconoce, por ejemplo, uno de sus portavoces, un antropólogo de apellido Fernández Vicente, quien parece muy preocupado por el hecho de que el mundo le cierra las puertas al discurso pro Hamas (disfrazado de pro-palestino), o el mismo primer ministro español, que se preocupa por la “naturalización” del genocidio y la ocupación. Todos parecen mostrar, muy consternados, que el huracán terrorista no solo no puede contra Israel, sino que no puede avanzar cómodamente en la opinión pública y ni generar cambios en las decisiones de las corporaciones mundiales, incluyendo su último bastión, la Asamblea General de las Naciones Unidas.

El castillo de naipes narrativo funcionaba así:

Como se observa, las bases del discurso son el genocidio y la ocupación. Estas dos palabras acompañan al discurso pro-terrorista desde los años 70 del siglo XX, con la aparición de la OLP. Pero vamos por parte.

Los naipes de arriba

Tratar de llevar a la opinión pública a apoyar el 7 de octubre, implicó argumentar que las atrocidades cometidas por Hamas, podían justificarse. Una acción rápida, sensacionalista y llena de heridas de morbo quizás hubiera desencadenado un apoyo anti-israelí contundente, con buenos resultados políticos para esa izquierda, pero el tiempo de la respuesta quedó del lado israelí, quien demostró que lo que parecía ser una acción liberadora, era la acción más atroz de la humanidad desde el holocausto contra los judíos. La esvástica empezó a pasar de la bandera israelí al fundamentalismo religioso.

La clara evidencia de que Hamas quiere hacer sufrir, pero no negociar, es otra cosa que la gente percibe.

Que usa sus túneles para defender a sus grupos armados y a no a su población, que no quiere entregar rehenes, y que no tiene ni un solo plan de liberación política y territorial (salvo exterminar a Israel “desde el rio hasta el mar”). Nada de eso ayudó. Los niveles de atrocidad fueron tal que, los otrora sufridos paladines de la libertad árabe, terminaron siendo unos asesinos mórbidos a los que nadie contrataría como babysitters. Ni mucho menos se les darían las riendas de un gobierno con civiles adentro.

Finalmente, la acción militar de Israel fue tan contundente en contra del frente de Hezbollá, Siria e Irán (próximamente, con los hutíes), que se revelaron voces de los otros sufridos de la región: los drusos, los kurdos, los cristianos y antiguos musulmanes libaneses, entre otros. Apareció Arabia Saudita y Jordania repeliendo el ataque iraní. Se escuchó la voz de valientes palestinos que, jugándose la vida, acusan al terrorismo islámico de todos sus males. Y todos ellos vieron a Israel como la salvación frente a una ola sangrienta que no cesa y que hunde al Medio Oriente, una y otra vez, en la barbarie.

Es claro que el éxito de este pequeño país de nueve millones de personas fue mucho mayor, tanto militar como en legitimidad, que el poco éxito de los EEUU en Afganistán o Irak.

Si los naipes de arriba empiezan a llevárselos el viento, hoy también se empiezan a poner en duda las los naipes de abajo.

Es lógico. Por eso, como es lo único que les queda, esos dos últimos naipes, el de genocidio y el de ocupación, se aferran los que se hundieron en la causa terrorista y fundamentalista, alguna vez vestidos de vistosas sandías revolucionarias.

Los naipes de abajo

Siempre ha habido acusación de genocidio de Israel. No es algo de Gaza, esto viene desde los años 70, con la conformación de la OLP, al menos. Siempre Israel debe siempre llevar el epíteto de genocida, porque ese término tiene la fuerza necesaria para justificar la acción terrorista. No importa que los fundadores financistas y tíos paternos de la OLP promovieron la masacre de todos los judíos de Safed, Hebron y Bagdad (judíos religiosos y estudiosos de la Torá casi todos) desde los años 20 a los 40. No importa que se aliaron a Hilter en el plan de exterminio de judíos en Europa. Ni importa que los Kurdos fueron casi exterminados por los turcos, ni que Irak también trató de eliminarlos junto a los caldeos, ni que Isis casi exterminó a los yazidíes, o que casi no hay cristianos en aquellas que fueron las tierras más antiguas del critianismo. O que los egipcios hayan intentando extinguir a los ancestrales coptos cristianos. Para esta sangre solo hay silencio, conformidad (alegría, claro) y ninguna disculpa de parte de los líderes árabes. Lo más claro es que no da a esos líderes mucha autoridad moral.

Para poder exterminar a un pueblo, es bueno hacerse la víctima. Los árabes palestinos han servido para eso. Tristemente, para más nada. Siempre han sido la carne de cañón de interés petroleros y terroristas mucho mayores. Fueron inmolados masivamente por Arafat contra el ejército jordano durante el septiembre negro, para poder acusar a Jordania de sionista. Fueron inmolados masivamente por Arafat frente a las falanges cristianas del Líbano, con la anuencia de Israel, para acusar a los cristianos y a las demás potencias de su maldad. Desde el 2011 son escudos humanos en Gaza y por eso, hasta hace una semana, aun usan los hospitales como cuarteles para atacar a Israel.

Pero es que jamás han procurado los países árabes, ni sus dirigentes llamados “palestinos”, crear prosperidad, salud, educación de calidad, buenas universidades, ni en Cisjordania, ni en Gaza, y mucho menos en los territorios refugiados de Líbano, Siria, Irak y demás países. De eso que se encarguen la ONU y los países europeos, que son tan buenos. De lo que se trata es de usar millonarias sumas para la riqueza desbordante personal, como la riqueza qatarí, y para hacer túneles en los que nunca entrarán los pisatarios. Asesinatos y terror para callar y reclutar. Hoy en día, usar groseramente la ayuda internacional para chantajear de hambre a la población.

Los 43.000 muertos

Esta es la carta final, la que justifica todo. Expertos de Naciones Unidas denunciaron que es una cifra improbable, básicamente promovida por el Ministerio Islámico de Salud de Hamas, que, además, no cuenta a los terroristas asesinados. Otros expertos denunciaron que no había una hambruna en Gaza, y que el acceso a alimentos era probablemente superior al 100%. Un artículo anterior muestra estas fuentes y cifras, si lo desean revisar. Sin duda el número de civiles muertos debe ser enorme. Pero el número que sea, hubiese cesado hace 11 meses si se hubiesen negociado los rehenes.

Además, no es un genocidio. Vivo en Israel. Prácticamente nadie está hablando de exterminar los palestinos porque son una raza odiada. Amalek no es la política del gobierno. Solo piden que regresen a los rehenes y dejen a Israel vivir en paz. Eso no es demasiado pedir y tampoco se llama genocidio (ni mediático ni jurídico).

Tampoco fue una ocupación. Se trata de un cálculo simple: ¿Es posible que el incipiente ejército israelí del 48, sin cañones, bajo el ataque de 7 países árabes simultáneamente, haya tenido la capacidad de desplazar a 800.000 árabes palestinos, teniendo solo 20.000 soldados y 10.000 reservistas? ¿Y que lo hayan hecho, casi sin carreteras, poblado a poblado en todo Israel?

Los árabes palestinos salieron, a mandato de los lideres árabes, para facilitar el trabajo de exterminar a los judíos y “echarlos al mar”. Luego Israel no les permitió volver. Por eso hay una floreciente comunidad árabe en Israel, y el primer niño nació del 2025 es de una familia musulmana, atendido por la misma seguridad social de todos. Ellos son los hijos de los árabes que no acataron la orden de abandonar a los judíos para que los matasen. Y son ciudadanos. Y no quieren irse de allí a un país árabe, como la Autoridad Palestina.

Así que este es un momento para terminar de derrumbar el castillo de naipes, aunque lo vuelvan a levantar, como una Penélope haciendo infinitos tejidos de odio.


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