Irving Gatell/ Un mundo que va a cambiar más de lo que imaginábamos

El 20 de enero será una fecha emblemática por ser el día que Donald Trump volverá a juramentar como presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Llega en un momento muy singular a nivel mundial. Muchas cosas han cambiado desde que dejó la Casa Blanca hace cuatro años, y muchas más van a cambiar, tal vez más de lo que imaginamos.

Trump no ha cambiado mucho su estilo de hacer las cosas. Todavía no es presidente en forma, pero ya ha puesto a bailar a su ritmo a todo el mundo. Sus últimas declaraciones han sido particularmente controversiales, y ha causado un notable repudio en amplios sectores de la comunidad internacional.

¿Cómo que quiere anexar a Canadá? Y a Groenlandia, y recuperar el control del Canal de Panamá.

“Estados Unidos está regresando a su molesto perfil imperialista”, se quejan muchos. Y es cierto. Pero aquí es donde no debemos contentarnos con explicaciones simplonas o hasta panfletarias. Lo crean o no, Trump está poniéndole atención a un panorama que muchos no toman en cuenta.

En las últimas cuatro décadas, cuatro poderes de vocación imperialista se han repartido el mundo. Los Estados Unidos son el más fuerte, por supuesto. Pero detrás de él estuvieron siempre Rusia, China e Irán. Cada uno a su modo, invirtieron mucho dinero y esfuerzo en extender su influencia a nivel mundial.

Curiosamente, el que pareció entrar en un letargo fue Estados Unidos. Tras la derrota en Vietnam, Jimmy Carter fue quien sentó los precedentes para dar un giro hacia políticas aparentemente más civilizadas y menos agresivas. Por supuesto, los ocho años de Reagan interrumpieron ese proceso, pero este regresó con toda su plenitud con Barak Obama, y continuó con Joe Biden. El sello demócrata fue muy evidente: en el discurso, un Estados Unidos más solidario, más humanista, menos imperialista.

Craso error.

Suena bonito, pero ese tipo de políticas buena-onda son sumamente peligrosas, y es que no porque Estados Unidos asumiera una postura más moderada, Rusia, China e Irán harían lo mismo. De hecho, durante los últimos treinta años es cuando hemos visto sus posturas más agresivas, e incluso descaradas.

Ahí fue donde más daño hizo el discurso maniqueo de la izquierda, que le toleró y hasta aplaudió a los enemigos de Estados Unidos todo aquello que a los gringos se les condenaba duramente. No es difícil demostrarlo. Una gran cantidad de gente sigue creyendo que Augusto Pinochet fue un criminal, pero Fidel Castro fue un gran líder. Mentira. Rubro por rubro, el saldo dejado por Castro en Cuba es peor, más desastroso, más violento y más despiadado, que el que Pinochet dejó en Chile. Pero no hay nada que hacer.

Castro era bueno porque era de izquierda, porque era la resistencia, porque se confrontó dignamente contra el imperio. Los miles de desaparecidos (más del doble que los de Pinochet) no importan. Los cientos de cubanos fusilados por simplemente pensar distinto, tampoco. Los campos de concentración para “reeducar” homosexuales, poca cosa. Es Fidel, y hay que amarlo.

Curiosamente, este tipo de ideas raras —y tontas— calaron hondo en el Partido Demócrata. En muchos sentidos, así podría resumirse el ideario político de Barak Obama (el presidente más pernicioso que hayan tenido los Estados Unidos en las últimas décadas). Los republicanos no lo hicieron mejor. No se hundieron en las sandeces posmodernas, pero tampoco hicieron mucho por evitarlas o combatirlas.

¿Resultado? A Estados Unidos le pasó lo peor que le puede pasar a un país democrático: bajo la falsa bandera del “bienestar social”, el gobierno se volvió cada vez más intromisivo. Más regulaciones, más controles, lo mismo sobre los individuos que sobre las dinámicas económicas.

Si hubiese dependido exclusivamente de ello, Estados Unidos muy probablemente habría perdido la Guerra Fría. La URSS le ganó el round en Vietnam no porque fuera más fuerte, sino porque era más agresiva (y mejor organizada para ser agresiva).

Si pones atención, eso es lo más “odioso” del discurso de Trump. Decir que “hay que hacer grande a América otra vez” significa, literalmente, recuperar la vocación de aplastar a los enemigos y dictar las reglas en todo el mundo. Y sí, suena chocante, pero la otra alternativa —dejar que lo hagan los rusos y los chinos— es peor.

Trump entiende que no vivimos en un mundo de conejitos, sino en uno en el que Estados Unidos, Rusia e Irán se disputan el control del mundo, o en el que Estados Unidos y China se disputan los mercados. Desenfadado como es, el inminente presidente estadounidense no ha tenido ningún empacho en expresar, de manera explícita, que va por todo.

Lo interesante es que lo hace en un momento muy particular de la historia.

Trump llega a su segundo mandato tomando como referentes los éxitos económicos que Javier Milei ha tenido en Argentina, y se sabe que su plan es imitar lo más importante de sus políticas: la eliminación de las regulaciones que asfixian al individuo y al mercado. Si Trump tiene éxito en implementar esos cambios, durante sus cuatro años de gestión se va a sentir un nuevo nivel de éxito económico en el país que todavía es la mayor fuerza económica del mundo.

Eso va a poner a Estados Unidos en ventaja sobre Rusia y China, que van a verse obligados a gastar más para tratar de mantenerse al ritmo. Y deja te platico que ninguno de los dos anda con mucho dinero de sobra. El milagro chino ya terminó (justo por las excesivas regulaciones que se han impuesto a la economía china en los últimos diez años). Y Rusia está atorada en una guerra absurda que está desangrando las finanzas de Putin.

Hay otro factor importante: Trump llega con su política agresiva y expansionista justo cuando Israel ha destruido el poderío y la influencia iraní, situación que también puso en jaque a Rusia.

Militarmente, Estados Unidos lleva una holgada ventaja sobre Putin y los ayatolas; comercialmente, tiene todo para recuperar el terreno ante China.

Se equivocan quienes dicen que Estados Unidos es un imperio en decadencia. Es una república en crisis, pero aquí es donde hay que aprender de la historia.

Roma, la mayor democracia de la antigüedad, también tuvo su fase crítica que casi le costó el colapso. Desde que llegó al trono un desquiciado como lo fue Calígula —luego emulado por otro, como lo fue Nerón— la situación se complicó hasta llegar a la gran crisis que fue “el año de los cuatro césares”. Apenas en seis meses, Galba, Otón y Vitelia desfilaron por el trono, y casi se cargaron a la orgullosa república.

Entonces llegó Vespasiano a poner orden. Sí, murió la república, pero nació el imperio, e incluso no tardó en comenzar la época de oro (siglo II), que se extendió desde el reinado de Trajano hasta el de Marco Aurelio.

La historia no se repite, pero rima. A Estados Unidos le está pasando algo similar. Sus valores republicanos están en crisis debido al evidente autoritarismo que representa un presidente como Trump, pero eso no significa que vayamos a ver su debacle.

Al contrario: en el más extremo de los casos, lo que vamos a ver es el inicio de su verdadera fase imperial.

Esto apenas está comenzando, y se inaugurará con un 2025 en el que empezaremos a notar cuántas cosas cambiaron durante 2024.

Muchas más de las que imaginábamos al principio.


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Irving Gatell: Nace en 1970 en la Ciudad de México y realiza estudios profesionales en Música y Teología. Como músico se ha desempeñado principalmente como profesor, conferencista y arreglista. Su labor docente la ha desarrollado para el Instituto Nacional de Bellas Artes (profesor de Contrapunto e Historia de la Música), y como conferencista se ha presentado en el Palacio de Bellas Artes (salas Manuel M. Ponce y Adamo Boari), Sala Silvestre Revueltas (Conjunto Cultural Ollin Yolliztli), Sala Nezahualcóyotl (UNAM), Centro Nacional de las Artes (Sala Blas Galindo), así como para diversas instituciones privadas en espacios como el Salón Constelaciones del Hotel Nikko, o la Hacienda de los Morales. Sus arreglos sinfónicos y sinfónico-corales se han interpretado en el Palacio de Bellas Artes (Sala Principal), Sala Nezahualcóyotl, Sala Ollin Yolliztli, Sala Blas Galindo (Centro Nacional de las Artes), Aula Magna (idem). Actualmente imparte charlas didácticas para la Orquesta Sinfónica Nacional antes de los conciertos dominicales en el Palacio de Bellas Artes, y es pianista titular de la Comunidad Bet El de México, sinagoga perteneciente al Movimiento Masortí (Conservador). Ha dictado charlas, talleres y seminarios sobre Historia de la Religión en el Instituto Cultural México Israel y la Sinagoga Histórica Justo Sierra. Desde 2012 colabora con la Agencia de Noticias Enlace Judío México, y se ha posicionado como uno de los articulistas de mayor alcance, especialmente por su tratamiento de temas de alto interés relacionados con la Biblia y la Historia del pueblo judío. Actualmente está preparando su incursión en el mundo de la literatura, que será con una colección de cuentos.