Nunca imaginé que un día me notificarían que el hombre responsable del asesinato de cinco miembros de mi familia y de la pérdida de mi vista sería liberado de prisión. Pero sucedió esta semana.
Antes del 4 de octubre de 2003, yo era como cualquier niño de 10 años: una infancia en un buen barrio de Haifa, una buena escuela en el Carmel, una familia cálida y amorosa, futbol en el barrio, bicicleta, clases y actividades extraescolares estupendas. Pero, en un día, ese idilio explotó.
Era otro Shabat común y corriente. Fuimos con toda la familia a la playa y luego nos sentamos a almorzar en el restaurante Maxim de Haifa. Una terrorista suicida se hizo estallar en medio del restaurante. Veintiún personas fueron asesinadas, entre ellas mi hermano pequeño Tomer, que entonces tenía ocho años, mi padre Moshik, mi primo Assaf y mis abuelos Ze’evik y Ruti. Yo fui herido de gravedad y quedé ciego. Mi madre, mi hermana y mi tía también resultaron heridas.
Durante un año estuve internado en varios hospitales y sometido a decenas de cirugías y tratamientos. Cuando me dieron de alta, empezó mi rehabilitación, que fue larga y agotadora. No hay palabras que puedan describir las dificultades que tuve que afrontar: adaptación a una nueva realidad, pérdida de la vista, duelo… Es algo incomprensible para un niño de 10 años.
Quizás sea un poco ingenuo, pero admito que siempre creí que los responsables de este sufrimiento pagarían el precio y nunca verían la luz del día como hombres libres. Pero al final aprendí que la realidad es distinta.
El sábado pasado por la tarde estaba sentado con unos amigos en el balcón. Tomamos café y, naturalmente, la conversación giró en torno al acuerdo de rehenes. Hablamos del precio, de los terroristas liberados y de las familias que los esperaban. Aún no tenía idea de que unas horas más tarde, el acuerdo me afectaría de la manera más personal posible.
Ningún funcionario se molestó en hablar conmigo o con mi familia. La lista de prisioneros que iban a ser liberados comenzó a circular en varios grupos de WhatsApp y la gente empezó a enviarme capturas de pantalla con el nombre del número 9 resaltado: Sami Jaradat, quien planeó el ataque terrorista en el restaurante Maxim.
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El restaurante Maxim en Haifa después del atentado suicida del 4 de octubre de 2003. Crédito: AP
Al principio, estaba muy sorprendido. No enojado, no decepcionado, simplemente me quedé sin palabras. Después de darme cuenta de que era real, hubo un momento de dolor, algo en mí se aplastó un poco. Entonces me di cuenta del significado total de esta liberación y la de tantos prisioneros: rehenes israelíes vivos, hombres y mujeres, están camino a casa.
Me pregunté cómo me sentía honestamente. Puede que les suene extraño, pero lo único que pasó por mi mente es que mi dolor personal es completamente irrelevante, porque el objetivo es mucho mayor y más importante que yo.
Mantener a Jaradat en una prisión israelí nunca me devolverá la vista ni a mi familia asesinada, pero su liberación traerá a personas vivas a casa con sus familias, y no hay mayor alegría que esa. Lo sé, porque estuve del otro lado en el acuerdo anterior.
Dos semanas después de conmemorar el 20 aniversario del ataque en el restaurante Maxim, llegó el 7 de octubre de 2023. Ese día, otra tragedia golpeó a mi familia, la familia Almog-Goldstein de Kfar Azza. Los terroristas de Hamás asesinaron brutalmente a Nadav y Yam y secuestraron a Jen, Agar, Gal y Tal.
Nunca olvidaré el momento del 26 de noviembre, a las 2:44 de la madrugada, cuando llegó el anuncio que estaba esperando: los cuatro estaban en la lista de rehenes que serían liberados ese día. A las 18:11, llegaron las primeras fotos de ellos camino a Israel, y esa noche finalmente recibieron un abrazo cariñoso de la familia después de 51 días terribles en el cautiverio de Hamás.
Recuerdo la sensación de alegría suprema, así que ¿qué es mi dolor privado ante eso? Digo de todo corazón que si este acuerdo dependiera de mi voto, levantaría la mano a favor.
Obviamente, sé que el acuerdo actual es terrible, pero cuando se hace un pacto con el diablo, siempre es terrible. La cuestión es si la alternativa es peor. Y en este caso, la respuesta es clara en lo que a mí respecta, aunque sus repercusiones sean dolorosas y tristes.
Tengo varios amigos que han perdido a familiares en ataques terroristas. No todos están de acuerdo conmigo, por supuesto, especialmente aquellos que los terroristas asesinaron a sus familiares y fueron liberados en el pasado, volvieron al terrorismo y asesinaron a más israelíes.
Comprendo realmente la complejidad, pero en mi opinión, lo principal no es quién es liberado, sino cómo actuará Israel en el futuro contra los terroristas liberados. En mi opinión, en el momento en que se obtiene un indicio, incluso el más mínimo, de que un terrorista liberado ha vuelto a cometer actos terroristas, la respuesta es inequívoca: disparar para matar, a menos que haya un valor de inteligencia para mantenerlo en prisión.
Deseo una vida larga y feliz a los rehenes que regresan del cautiverio, y a sus familias. Como alguien con mucha experiencia en tragedias, puedo decir que con mucha buena voluntad y apoyo adecuado, es posible hacer frente a las dificultades e incluso aprender de ellas. Aunque me tocaron cartas muy malas, pude jugarlas bastante bien, considerando las circunstancias.
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Naama Levy, observadora de las FDI, liberada del cautiverio de Hamás, abraza a sus padres, el sábado. Crédito: Unidad del Portavoz de las FDI
Desde el ataque, me gradué de la Escuela Hebrea Reali de Haifa, participé en vela en la organización sin fines de lucro Etgarim e incluso obtuve el tercer lugar en el Campeonato Mundial de Carreras a Ciegas. Fui elegido para encender una antorcha en Yom Haatzmaut y me ofrecí como voluntario para las FDI, en un puesto importante en una unidad especial. Después de mi servicio, participé activamente en varios grupos para prevenir la financiación del terrorismo, por lo que dí un discurso importante ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Actualmente, soy socio gerente de Focus Wealth Planning and Management y de varias empresas start-up, trabajo con Etgarim y doy pláticas sobre mi historia personal en diversos entornos en Israel y en el extranjero. Créanme, todo es posible.
Ahora, cuando el acuerdo está todavía en sus primeras fases, debemos dejar de lado la política, aceptar la dificultad de liberar a los terroristas, dejar de lado los desacuerdos sobre el precio y concentrarnos en lo principal: que los israelíes escapen del infierno de Hamás y regresen a casa. Eso es lo único que importa.
Artículo publicado originalmente en Haaretz
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