La guerra entre Israel y Palestina no es un asunto territoral. Es algo más profundo que eso: es una guerra por la propiedad de una identidad. Eso se demuestra en que, cada vez con más insistencia, los palestinos reclaman para sí lo que, en estricto, es la historia judía. Su última apelación es que ellos son los verdaderos hebreos. ¿Qué tanto hay de cierto en ello?
Los palestinos de hoy son gente extraña. Insisten en que son varias cosas al mismo tiempo, y algunas de ellas son mutuamente excluyentes. Por ejemplo, han dicho que son cananeos, que son filisteos (de hecho, los palestinos originales, porque “palestino” proviene de la latinización de “filisteo”), y ahora insisten en que son los verdaderos hebreos.
No es una pretensión sencilla, porque esas identidades históricas no son precisamente lo mismo.
“Cananeo” se refiere al habitante de una región, independientemente de su identidad nacional. Los cananeos nunca fueron “un pueblo” como tal. Los únicos que se hicieron llamar a sí mismos “kenaani” fueron los luego llamados fenicios, pero hasta el inicio de la era helenística en la zona (332 AEC), cada ciudad fenicia fue independiente de las demás. Fueron los últimos en conservar el modelo de ciudades-estado, y eso lo hacían justo porque no se consideraban “un pueblo”. Si acaso llegaron a desarrollar un fuerte sentido de identidad nacional, esto sólo parece haber sucedido hasta que se convirtieron al cristianismo y le dieron forma a la Iglesia Maronita.
En la antigüedad, un amorreo, un hurrita o un hitita podían ser cananeos. ¿Qué se requería para ello? Sencillo: que vivieran en Canaán. Los israelitas y los filisteos no fueron la excepción. En términos estrictos, también fueron cananeos porque también vivían allí.
Vale, entonces ser filisteo y ser cananeo no es algo que se contradiga, pero hay que aclarar que no es lo mismo. La identidad filistea también es ambigua, porque tampoco fueron exactamente “un pueblo”. La antigua Peleset estuvo integrada por cinco grandes ciudades-estado: Gaza, Ashkelón, Ashdod, Gat y Ejrón. Al igual que el resto de las ciudades-estado cananeas, cada una tenía su propio rey y era independiente de las demás.
No sabemos cómo se llamaban a sí mismos estos invasores, porque el nombre del territorio (Peleset) y de sus habitantes (palastu, en acadio; pilistim, en hebreo-cananeo) es el que les dieron sus vecinos, y significa —precisamente— “invasores”. ¿Y por qué los llamaron así? Porque eran eso y no otra cosa: invasores llegados de algún sitio del Mar Egeo (la antigua Hélade o Grecia).
Los filisteos no fueron cananeos nativos, sino “adoptados”, por decirlo de un modo amable. Conocidos en la antigüedad como parte de los Pueblos del Mar, empezaron a establecerse en la zona hacia finales de la Edad del Bronce (inicios del siglo XII AEC). Su presencia allí no fue amable. Eran invasores y conquistadores, y se hicieron de un lugar a la fuerza, a punta de guerras brutales y despiadadas.
El imperio egipcio se desmoronó hacia el año 1150 AEC, cuando concluyó el reinado de Ramsés IV. Se perdió el control de sus provincias cananeas, y los pobladores de allí (una amalgama de amorreos, hurritas y semitas) quedaron expuestos a los ataques filisteos. Y es que sus capacidades militares eran limitadas, debido a que durante unos 300 años, los faraones egipcios habían tenido el control absoluto de los ejércitos en toda la zona.
Los únicos que tuvieron la capacidad, el armamento y las agallas para hacer frente a los filisteos de ese momento (digamos que entre los años 1150 y 950 AEC), fueron un combo de tribus cuyos ancestros habían sido los indomables hebreos, nómadas que no le tenían mucho aprecio a la civilización, pero que además eran excelentes comerciantes y muy hábiles guerreros.
Todo parece indicar que fueron estos clanes hebreos los que se encargaron de la defensa más eficiente de Canaán, y después de unos 200 años de guerras, determinaron el límite de la expansión filistea.
Como bien podrás deducir, esos clanes hebreos fueron lo que nosotros conocemos como el pueblo de Israel.
Ahora sí estamos ante una evidente contradicción: o se es filisteo, o se es hebreo. No se podía ser las dos cosas al mismo tiempo, porque fueron grupos no sólo distintos, sino antagónicos, y que protagonizaron por lo menos un par de siglos de violentas guerras.
Si los palestinos quieren insistir en su revisionismo histórico, entonces tendrán que decidirse por uno o por el otro.
De todos modos, hay un problema: si hoy en día tenemos noticia de la existencia de todos estos grupos y todas las guerras que protagonizaron, es gracias a una colección de escritos (que podrían definirse como bastante folclóricos, en el sentido de que están profundamente vinculados a la identidad ancestral de un pueblo). Curiosamente, dichos documentos no fueron elaborados ni preservados por los hoy llamados palestinos, sino por el pueblo judío, el que sigue hablando el mismo idioma que los antiguos israelitas (por la sencilla razón de que son sus descendientes).
Los palestinos de hoy sí tienen cierta herencia genética cananea, pero es mínima. Sus antecedentes étnico-culturales están en Arabia. Es decir, son árabes, algo que todo mundo siempre ha sabido. Su ancestría cananea se remite a los grupos que originalmente fueron los amonitas, moabitas y, principalmente, edomitas, que luego se helenizaron y se mezclaron con los grupos de inmigrantes llegados durante el reinado de Herodes el Grande, y que luego fueron asimilados por los invasores árabes a partir del año 638.
Así que no te tomes muy literal eso de que son los verdaderos hebreos. Esos grupos o clanes nómadas dejaron de existir hacia el año 1000 AEC, y no tenían nada en común con los palestinos originales (los filisteos, invasores griegos). Más bien, eran sus enemigos.
Curiosamente, igual que hoy.
Filisteos de Gaza contra hebreos-israelitas de todo el país, palestinos de Gaza contra judíos-israelíes de todo el país.
Ya sabes: Medio Oriente es uno de esos lugares donde todo puede cambiar radicalmente en una semana o un año, pero si regresas después de tres milenios, las cosas siguen igual.
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