La personal confrontación entre el primer ministro Benjamín Netanyahu y el director del servicio de seguridad Shin Bet, Ronen Bar es un evento que en estos días intensamente sacude a la pública opinión israelí.
El tenso diálogo, exigió apenas 14 minutos, que Bibi y Bar sostuvieron ayer condujo en efecto a una ruptura personal e institucional que multiplica la erosión del espíritu democrático en Israel.
Inquietante hecho que culmina los esfuerzos del ministro de Justicia, Yariv Levin, ciego servidor de Netanyahu, dirigidos a destituir a figuras y eliminar procedimientos que hasta aquí han garantizado la libertad ciudadana.
Con el reemplazo de Yoav Gallant como Ministro de Defensa y la voluntaria renuncia de los principales oficiales que descuidaron la defensa del país el trágico 7 de octubre, Benjamín Netanyahu es el principal y último responsable de esta tragedia. Sin embargo, renunciar está muy lejos de sus intenciones.
Con el respaldo de una cohorte parlamentaria que apenas respeta y practica la democracia, Bibi pretende instituir un régimen autoritario
conforme a tendencias que hoy animan al binomio Trump-Musk.
Al efectivo desalojo de Ronen Bar seguirá el ya anunciado despido de la fiscal general, Gali Baharav-Miara con el propósito de finalmente sellar un pacto político adverso a la democracia que hasta aquí nos ha gobernado.
Amplios sectores de la sociedad israelí ya se movilizan para alejar esta perspectiva. Les orienta la convicción de que no solo la libertad y la mutua tolerancia encaran un peligro sin precedentes.
También las diásporas se verán negativamente afectadas si este empeño fracasa.
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